viernes, 29 de octubre de 2010

Te re-quiero.

Te quiero dos veces. A la primera me hice el loco y viré hacia la derecha segura. No sonreí e imité al silencio.
A la segunda, fallé.
Te quiero dos veces. Me precipito a no quebrar mi testamento, pero te quiero con locura. Te quiero para quedarme.
Te quiero. No es mentira decir que te quiero como nadie te ha querido. No es mentira decir que te quiero más que nadie. Tampoco es verdad.
Mi necesidad de certeza lo ha derrumbado todo.
Solo me queda confesarte que te quiero dos veces.
Una para quedarme.
Otra para que te quedes.
Y quizás tenga que quererte más veces. Para asegurarme. Para que quieras confesar que también me quieres. O para que digas la verdad.
Si queriendote te torturo, dímelo. Compartiremos el sufrimiento o lo implacable de esta incomodidad.
No puedo abrir los ojos con facilidad. Quizás no te guste.
No es lo mismo decir que te quiero convencido, a repetirtelo rendido.
Te quiero. Veo tus ojos. Te sigo queriendo. Te vuelvo a querer.
Porque te quiero. Me doy cuenta que tú no me quieres. Te quiero más.
Cada vez que te alejas, que te vas.
Te quiero dos veces.
Te quiero cuando te vas.
Te odio en tu ausencia.
Te quiero por si regresas.

jueves, 21 de octubre de 2010

Tronco

Oh, que genial.
Son las 3 am, tengo miedo.
Pero ya entendí por qué tengo miedo.
No era lo que sospechaba, ni mucho menos.
Persisten los engendros malignos.
Los olores a fluidos corporales.
Pero no tiene nada que ver el sonido distractor.
Es la señal de un advenimiento.
De una fuga avasalladora.
Periplos alrededor de la mesa.

Como si no me quisiera dar cuenta.
Sigo teniendo esos olores.
En la nariz, como a descarga.
Se que tiene que ver el sudor.
El resentimiento a levantarse temprano.
O el desinterés de la madrugada.
No quiero forzar.
A pesar de que lo prometido es deuda.

domingo, 10 de octubre de 2010

Horas.

Yo nací viciado, pero cuando te des cuenta, ya será muy tarde.
En la enredadera con la que me veo envuelto, sigo contando los pasos.
Uno hacia atrás, uno hacia atrás, dos hacia adelante, uno hacia atrás y llegó a esa esquina.
Me quedo viendo de reojo, por si alguna luz sigue encendida.
Las cosas siguen su curso, la noche y el día se confunden.
No me merezco nada. No he cumplido nada.
Pero todas esas veces que prometí quedarme sentado en la vereda.
Cada noche camino encapuchado. Tengo una cajetilla de cigarrillos por si alguien gusta.
Enciendo uno, siento tres temblores antes de enfrascarme de nuevo a mis pensamientos.
Estoy sentado en la vereda, junto a los arbustos. Estoy muy cansado como para quedarme parado.
Le doy siete pitadas al cigarro, solo quiero conversar.
Dan las tantas de la madrugada, y nadie llegó.
Escupo los restos de nicotina que quedan en mi saliva, mezclados de rabia e indecisión.
Me incorporo, buscando razones por las que el frío ha valido la pena, sin encontrarlas.
Fumó lo que queda del onceavo cigarrillo. Lanzó la cajetilla al aire, como llamando la atención.
Dejo que la oscuridad cubra mi frustración. Que la humedad del ambiente no me deje admitir que estoy llorando. Camino, como camino. Me tambaleo un poco, dramatizando todas esas veces.
Esas veces que prometí quedarme sentado en la vereda.
Me arrepiento de haber venido. Me limpio el rostro, sin antes haber derramado una lágrima más.
Una lágrima dedicada a la certeza de volver y quedarme sentado en la vereda, esperando que alguien llegue, y que no llegue. No va a llegar.