lunes, 15 de noviembre de 2010

Solo tres.

En el ritmo, la bacteria dilatante, sacude los platos. Resentido.
Trastocado, en la caída, trasnochado y meditabundo.
En medio del diseño, las cosas perfectas que atreviesan mi densidad.
Trucos al rededor. Son números pasados, renuentes a desaparecer.
Precipitado, acelerandome hacia el abismo. Pasa el tiempo, un perro vapuleador.
Van clavandose las murallas. Enterrando un misogino despertar.
Sin querer decir lo mismo, puede sentarse al mismo tiempo que los colaterales.
Creciendo y silenciando, como las millones de trabas que encoge mi rodilla.
Santificando recursos, en una noche desterrada a las horas. Mi soliloquio va acomplejandose.
No significa. No entretiene. No idolatra. Escribo, o aparento, o imagino que escribo.. Y voy imaginando que quiero decir algo, pero todo es inconexo, todo quiebra, dilata.
Me entrego al riesgo. Embadurnado de alcohol. Rojo.
Dicen que yo. Estamos solos.
Resiento la verdad. En mi recae. No hay nada naranja.
No significa que yo.
Entonces todo va de corrido, en latas de cerveza, en lágrimas de peregrinos, en tablas de ley y en canastas de ropa vieja.
Estoy atrapado en medio de mis puntos suspensivos, aferrado a un silencio que no puedo mantener.
Tres. No cuenta. No cuenta. Y voy de largo. Trágico.
Monedas al aire. Trueque de lacayos. En risas, en sonrisas, en paralelismos.
Un muro de cristal, acribillado por la belleza, acribillado por la destreza de aparentar.
De naranja. Coloreando. Sin recaer. Sin dedicar. Nada oscurece ni se engruesa. A pesar de querer que titile.
Esta vez lo olvidaré.
Probable. Dos puertas y una elección. En conjunto. Con detenimiento.
El mensaje va escrito con letras de revistas. Recortadas. Tras tronar los huesos y dedos de cordero fino. Recocijo. Regocijo. No me reprendan. En la boca de los demás.