martes, 19 de abril de 2011

34

Cuando se acostumbra a dormir sin tiempo,
sobresaliendo escasos movimientos.
Se oculta tras el reloj,
taciturno y desdeñoso.
Viste harapos que quiso convertir en vestidos,
y haberla desvestido fue un lujo ajeno, pervertido.

No supo combinar el blanco con el negro
ahora desquiciado pidre otro ejemplo.
Poder volver a los dìas del "para siempre"
del "más que a nadie" "más que a todos"

Se sirve de a dos, eruptando personas.
Vacila antes de ir de lado. Vacila antes de vacilar.
El frío esta demás. Todo esta demorando.

La garganta se ha destrozado.
No queda como seguir fumando.
Repetir los recursos y ser mayor.

La cuenta regresiva
sin tiempo ni espacio
colocando dinamita alrededor.
Tú le pides espacio.

Cuando el tiempo duele más
de un segundo al otro,
puedes renombrar algun animal
volver al punto inicial.

Estas en el colapso,
como si todo fuera colateral.
Mientras corre sin salida.
En el vacío, se desvanece.

Como es que se cambió de persona.
No existe y sin embargo,
está acá. Está acá.
Está acá implica.

La primera persona me hace dudar.

viernes, 15 de abril de 2011

El borde.

Me sentí feliz y me desesperé. Estaba al borde de la cama, me picaba todo. Su espalda media cubierTa con la sábana lucia distante. Ahora soy otro. Como cada vez que la toco. Como cada vez que miro el espejo del techo. Como cada vez que en sus besos ahogo mis pesares. Ahora estoy feliz. Esta felicidad artificial. Pues no siento esta presión en el pecho. Me siento confiado y seguro. Lo puedo hacer todo. Pero ella sigue de espaldas, sin querer hablar, como si le avergonzara algo de lo que hicimos. Yo me siento feliz. Ella esta de espaldas y yo estoy al borde de la cama. Nuestras piernas aun estan cruzadas, yo la sigo abrazando. Sigo al borde de la cama. Me estoy cayendo y ella trata de sujetarme y se ríe. Ella debe estar muy avergonzada. Yo sé que cuando no la miro se pone a llorar. Pero ahora se ríe y parece feliz, y yo me muero de pena. Nuestro reflejo. Mi reflejo se distorsiona. Y le pido que me suelte, y no me suelta. Yo quiero carme de la cama. No quiero estar al borde, ella se ve lejos, sé que algo le esta incomodando. ¿Seré yo? Estoy desnudo y todo me pica. Detesto cubrime con estas sábanas. El mismo cuarto. Los mismos espejos en el techo. Mi imagen me señala. Me siento culpable, a pesar de que sé que ella se siente más culpable aún. No he robado nada. Me siento feliz. Estoy que quiero irme de aquí, pero ella no me suelta. No me deja caer. Quiero salir de esta cama, esta maldita cama. Pero le abrazo más fuerte. Aquí nadie tiene nombre. No me gusta cubrirme con estas sábanas, siento que algo esta escalando, picoteando mi piel. Es como si el pasado no existiera. Lo que hicimos minutos antes no está. La satisfacción no está. Solo estamos los dos en la cama, como si no hubiera pasado nada. Ella llamando mi atención con sus piernas, a pesar de estar avergonzada, soy yo. Estoy seguro. Su espalda es tan distante, sus brazos calientan los míos. No le entiendo. No encuentro sentido. Dejame caer. Tú no tienes nombre. Dejame caer. Ya no quiero estar al borde. Porqué estará tan avergonzada. Debo ser yo. Ya no alcanzo su espalda, a pesar de tenerla contra el pecho. La sábanale cuelga desde el hombro. Aún siento su perfume. Detesto que mi ropa este en el piso. No entiendo. No quiero caer sobre mi ropa. No quiero estar así. Mi reflejo me esta matando, me culpa de algo que hice. Soy culpable de tener miedo. De ser feliz. Esta felicidad artificial que me aterra. Debe hacer frío. Pero me pica todo, al menos no ensucie mi chalina. Que ridículo, estar abrazandole y no querer decir su nombre. No saber porque tiene vergüenza y no querer saberlo. Sé que soy yo, pero no se lo voy a preguntar. Le beso la nuca. Se voltea. Me parte la boca. Estoy triste.




Que vuelva la felicidad.

miércoles, 13 de abril de 2011

Listo.

Hoy quiero escribir sobre la inconstancia, sobre la pérdida de la virtud. La pérdida del sendero.
Actualmente puedo experimentar la pérdida de mi brújula existencial, a pesar de arriesgarme, y caer pezado con la redundancia en las ausencias, es mi voz la que silencia.
He callado desastres, verdaderos acontecimientos indignantes. Frivolidades, mentiras y decepciones. Las he sabido manejar. Yo no estoy exento de estas cosas, mas, gracias o por culpa de la ausencia de calor, he sabido disiparlas. Estoy en desacuerdo conmigo.
Y me explico, a pesar de arriesgarme y repetir que he perdido. He ganado. Soy feliz. Los días se pasan rápido y todo lo dejo para el último. ¿Cuándo llegará ese instante? Los días sí que se pasan volando. Es casi más de lo mismo. Aunque distinto. Hoy es jueves 14 de abril. No soy el mismo.
Me sumergí en retrospectiva. He madurado. Aunque no me toca a mí decir esto, ni hablar en primera persona, la verdad es que a nadie le toca ser juez o parte de los escaños de la divina soltura. Va de más. A pesar de estar arriesgandome, no sé, creo que tengo frío.
Me encantaría quedarme leyendo tirado contra el sol. Mañana no existe. No llega. No llega jamás. Pero estamos jueves, y el sábado esta cada vez más cerca.
Mis ojos, y la oportunidad de la pérdida. Quisiera expresarme de verdad. Disculpen, empezar de nuevo.
Quiero gritar. En el sentido más incipiente de este verbo. Gritar, expandir el tono de mi voz, gritar y gritar sin saber que estoy diciendo. Exasperarme. Tengo un humor parsimonioso, la rebeldía que había en mí se ha desencantado de una humanidad demasiado rutinaria, desentendida y eclesiástica. Esto es una misa eterna.
Yo amo a Dios. Es cierto. Él me ama a mí. Es cierto. Aunque la mayoría de poetas piensa que el empleo de Dios es para quejarse de él o referir reseñas cuando se está cerca de la hermana muerte. Esto no va de más. Aunque no me siento morir.
Estoy divagando, pues los artilugios que hay en mi mente solo me dejan encadenarme a los minutos. Estoy constantemente tarde. Tarde para todo. No me alcanza el tiempo, a pesar de que el tiempo es infinito y nada es una cuenta regresiva. Nada. Yo no sé que día me iré.
Lamento la pérdida. Sentirme perdido, desencontrado, disforzado, apesumbrado y sucio. Lamento sentirme feliz y sonreír sin explicación, no hablar con sentido. No hablar con sentido. Quedarme sin comentarios a pesar del hambre de números.
El paladar de un extraño no sirve más que para besos o escupitajos.