sábado, 23 de enero de 2010

3am.

Ojalá sea viernes.
Voy a poder recostarme a medias
y poder mirar hacia abajo.
Tener la risa contenida
encerrada en la boca del estómago.
Correr hacia la atmósfera,
comer e incomodar.
Asegurarme de lo hermoso del rojo
de no vengarme, de no ser una mala persona.
No lo corté.
Lo dejé en una bolsa.
Se fue volando, debajo de la arena
de los payasos quemados
del centro de lo que una vez fue.
Caricias anticipando
siniestras sombras
para poder besar el suelo
dar mi última plegaria.
Poder fundir mi alma
allá, en el monte secreto
donde se asentará
el templo de Jerusalén,

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